St. Michael Catholic Church

Novena a Nuestra Señora de Guadalupe

PRIMER DIA

Las palabras de Nuestra Señora de Guadalupe a Juan Diego, en el Cerro del Tepeyac, el 9 de diciembre de 1531:

Mi querido hijo, a quien amo con ternura, yo soy la Virgen María, madre del verdadero Dios, dador y mantenedor de la vida, creador de todas las cosas, Señor del cielo y la tierra, Quien está en todos los lugares.  Yo deseo que un templo sea erigido aquí donde yo puedo manifestar la compasión que tengo para los indígenas y para todos los que solicitan mi ayuda.”

Tus palabras, Madre celestial, llenan mi corazón con amor y gratitud y con renovada fe y esperan porque también se dirigen a mí.  Por lo tanto, me dirijo a ti, seguro de obtener a través de tu intercesión la gracia que me permitirá vivir según las enseñanzas de tu Divino Hijo, Jesús, a quien deseo amar con todo mi corazón.  Tú compartiste en todo lo que mi Salvador sufrió por mí; por lo tanto, pertenezco a ti, mi Madre amorosa. No me abandones en este valle de lágrimas. Ten misericordia, te ruego, de mi pobreza y necesidades. Ten compasión de mis angustias y preocupaciones. Ayúdame y consuélame en mis enfermedades y miserias.

SEGUNDO DIA

Las misericordiosas palabras dichas en la cuarta y última visita a Juan Diego:

no dejes que nada te aflija y no tengas miedo de cualquier enfermedad, accidente o dolor. ¿Acaso no estoy Yo aquí que soy tu Madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra y protección? ¿Hay algo más que necesitas?"

Estas palabras también se dirigieron a mí y llenan mi corazón con alegría y esperanza. Vuelve entonces, Madre Clemente, Tus ojos de misericordia hacia mí; protégeme en tu amor, haciendo posible que ponga todos mis problemas y preocupaciones a tus pies. Sé que recordarás que tú eres mi madre, que estoy bajo tu sombra y protección y obtendrás para mí el consuelo del que tanto estoy necesitando.

TERCER DIA

Cuando visitaste al tío agonizante de Juan Diego, Juan Bernardino, le curaste y le diste tu nombre, “la Inmaculada Virgen María, quien aplastó la serpiente”, llenaste los corazones de los indígenas con alegría. Esto les dijo que ya no necesitaban hacer sacrificios humanos a los ídolos paganos.

Dios te Salve Reina, Madre de misericordia. Vida, dulzura y esperanza nuestra! Permíteme unirme a los cánticos de alabanza que esta nación entera sigue enviando hacia tu trono. Muchos vienen desde lejos para ofrecerte regalos y oraciones. Ruega por nosotros Santa Madre de Dios. Extermina la serpiente del mal de nuestras vidas para que seamos dignos de las promesas de Cristo, tu Divino Hijo.

CUARTO DIA

Cuando los indios vieron la admirable imagen que dejaste en el manto de Juan Diego, reconocieron que era un escrito en imagen que contenía un mensaje celeste que estaba dirigido a ellos. Tu figura real en forma de un ser humano les enseñó que tu morada en algún tiempo debió haber sido  la tierra. Los rayos del sol, las nubes que rodean tu cuerpo, las estrellas en tu vestido, la media luna bajo tus pies, el ángel transportándote a través del espacio--todos denotan tu casa presente en el cielo y llamaron su atención a la inmortalidad del alma humana.

Oh María Santísima, como la imagen en la ropa de Juan Diego enseñó a los indios, así deja que me enseñe a nunca olvidar la inmortalidad de mi alma, que el cielo es mi objetivo y mi herencia. En medio de tentaciones y miserias de esta vida, déjame pensar siempre en este hogar de paz, gloria y felicidad eterna.

QUINTO DIA

Durante siglos los nativos de México adoraban al sol, sacrificando innumerables seres humanos en su honor. Sin embargo, cuando vieron tu imagen hermosa bloqueándolo para que sólo sus rayos fueran visibles, entendieron la lección que pretendías transmitir. 

Después de que los indígenas escucharon tu mensaje y leyeron el mensaje contenido en tu imagen, abandonaron a sus dioses falsos y abrazaron la doctrina amorosa de tu Divino Hijo. Nunca han dejado de dar gracias por la gran misericordia de que Dios Todopoderoso derramó sobre ellos cuando te envió a ti para ser su reina, su madre y su maestra.

Oh María Santísima, a través del misterio de la Encarnación de Tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, en el que se inició nuestra salvación, obtén para nosotros la  luz para comprender la grandeza de los beneficios que Él nos ha concedido al convertirse en nuestro hermano y en darnos, a su propia Madre Bendita, para ser también nuestra Madre.

SEXTO DIA

Los fuegos que ardían en los altares de los falsos dioses se extinguieron para siempre después de que los indígenas hubieron contemplado tu imagen y te vieron ataviada con el firmamento cubierto de estrellas. Esto les mostró que las estrellas habían sido creadas por Dios para servir a la humanidad y, por tanto, no podrían ser deidades a quienes debían adoración y sacrificios.

Santísima María, a través de tu imagen impresa por Dios en la ropa del indio, has traído a millones de paganos a la luz de la fe verdadera. Te ruego que me obtengas la gracia de entender el mensaje que contiene. Arrojan sobre mí la luz de tu semblante; dirige y santifica todas mis empresas.

SEPTIMO DIA

El emblema de nuestra redención, estampado en el broche de oro prendado a la túnica, sirvió para decirle a los indígenas que la religión de sus conquistadores era la que deberían abrazar. La Cruz en la bandera, de Hernando Cortéz y en el broche eran las mismas. Cuando lo vieron en tu imagen, se reunieron alrededor de los misioneros españoles deseosos de conocer su significado.

Les enseñaron sobre el Salvador que vino del cielo para redimir a la raza humana a través de Su muerte en la Cruz y que tú eras la Virgen Madre de la Víctima Divina, asociado con Él en el misterio de nuestra redención.

Feliz Nación a quien  te revelaste a ti misma y a Dios. Santa Virgen María de Guadalupe, mi Reina y Madre, más de 450 años han pasado desde que le hablaste a Juan Diego. Hasta ahora sólo unos pocos de tus hijos en otras tierras han tomado conciencia del propósito de la imagen en el altar de tu Santuario. Inspíranos a ver en esta,  tu imagen milagrosa, el instrumento para la conversión de todos a la fe Católica Apostólica, Tú  que eres la adorable Reina y Madre de los apóstoles y misioneros.

OCTAVO DÍA

Después de que Juan Diego cortó las Rosas que florecieron repentinamente en el árido Cerro de Tepeyac, él las llevó a tus pies en la parte baja del cerro donde tú lo esperabas. Con tus propias manos las arreglaste en su tilma, atándola la alrededor de su cuello. Tú le dijiste que llevar las rosas al obispo Zumárraga porque este signo podría inducirlo a empezar a construir tu templo.

Las últimas palabras que Juan Diego oyó de tus labios adorables fueron: “Tu eres mi Embajador digno de confianza. Ve en paz.”

La sagrada imagen en la tela gruesa de la tilma no pudo haber sido pintada por manos humanas. Convenció al obispo, como debería, convencer a cada persona que la mira, de que el mensaje de Juan Diegos era verdaderamente tuyo. Humildemente te ruego, mi Reina y Madre, déjame ser tu embajador como Juan Diego, para llevar la doctrina contenida en tu imagen a todos mis amigos, para convencer a ellos también, ya sean creyentes o incrédulos.

NOVENO DÍA

Oh Virgen Santa, entronizado en el lugar que escogiste en el corazón mismo de una nación idólatra, tu maravillosamente  lograste su conversión. Después de ver la imagen en la tilma de su compatriota, Juan Diego, los indígenas despojaron sus templos de todos los ídolos.  Construyeron hermosas iglesias en cuyas torres relucientes cruces brillaban con el sol. El tambor enorme, que innumerables veces habían anunciado sacrificios humanos en honor a sus dioses, no se oyó más.

MEMORARE A NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE

Recuerda, O Clemente Virgen de Guadalupe, que en tus apariciones celestes en el Monte de Tepeyac, prometiste mostrar tu compasión y piedad hacia todos los que, te aman y confían en ti, buscando tu ayuda y pidiéndote  en sus necesidades y aflicciones. Prometiste escuchar nuestras súplicas, secar nuestras lágrimas y darnos consuelo y alivio. Nunca se ha conocido que quien recurrió a tu protección, imploró tu ayuda o buscó tu intercesión, en ansiedades personales, o para el bienestar común se haya quedado sin ayuda.

Inspirados con esta confianza, acudimos a ti, ¡oh María, siempre Virgen Madre de Dios! Aunque sufriendo bajo el peso de nuestros pecados, venimos  a postrarnos en tu maravillosa presencia, seguros que te dignaras a cumplir tus promesas misericordiosas. Estamos llenos de esperanza, de pie bajo tu sombra y protección, sabemos que nada nos molestará o afectará, ni debemos temer enfermedad o desgracia o cualquier otra tristeza. Tú deseas permanecer con nosotros a través de tu imagen admirable. Eres nuestra madre, nuestra salud y nuestra vida. Colocándonos bajo tu mirada materna y recurriendo a ti en todas nuestras necesidades, nosotros no necesitamos hacer nada más. Oh Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras peticiones,  en tu misericordia escúchanos y respóndenos.

Amén.

EDWIN V. BYRNE, Arzobispo de Santa Fe